Natalia

Natalia del Rocio Espinosa Parra

La libertad y poesía que busco en la vida, han sido el impulso que me ha llevado a tomar la pluma y enfrentar el mundo. Con veinte años de edad he aprendido que, acompañada de los valores y el amor con el que siempre he tratado de abrazar los días, es a través de la escritura y la lectura por donde me he permito asombrarme de la vida y el universo.

Inicié la carrera en “Escritura Creativa y Literatura” donde me encuentro cursando el quinto semestre en la Universidad del Claustro de Sor Juana; Pessoa, Virginia Woolf, Clarice Lispector y Rosario Castellanos, son algunas de las escritoras que me han introducido al sentir de las letras. Además de escribir disfruto bailar flamenco y pintar, porque el arte es la manera en la que más me acerco a la realidad

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Quizá sin cuerpo es imposible escribir pero prometo intentarlo

Llevo clavada frente a este desierto blanco desde la noche anterior, la ventana oscura me ha visto desvelar tratando de recordar cómo escribir, y luego, me ha visto el despertar de los pájaros; yo no he dormido ni un segundo, pensando que quiero realmente escribir.

En medio de mi nido en llamas, he encontrado el reflejo de algo más íntimo que mi cuerpo; llevo muchos ayeres aprendiendo sobre escribir, reconociendo la escritura como mi propio cuerpo y lo de adentro, atendiendo sus gritos, tejiéndola en la casa, sacándola de los ojos de mi madre, de los balcones en las calles, haciéndome con ellas un par de alas y por ella misma también aventarme del cielo. Llevo aprendiendo este acto de magia mientras me construyo en cuerpo, en aliento. He pasado muchas horas viejas pensando en el juicio de los ojos, en la definición de lo “atroz” y buscándolo desesperada en mi palabra, esa ironía intertextual que por momentos no la veo mala. Y así como las horas secas, se me caen los cabellos y las uñas imaginando a la palabra agotada, indagando por un hogar más allá del papel, reconociendo mi poesía como algo más allá de lo físico, de lo tecnológico.

Y en medio de este nido en llamas, que poco a poco he aprendido a construir, quemar y volver a moldear; me he encontrado con el cuerpo/reflejo/retrato desnudo de la propia escritura.

Me planto frente a espejos, (objetos curiosos, como diría Lispector) espejos que se mueven y danzan a mi alrededor, ¿qué he aprendido sobre mi ser en la escritura? Quiero reconocer en algunos espejos algún poema, una hoja llena de garabatos, de letras, o simplemente, vacía. Pero los espejos se derriten, se quedan pegados en mis manos, que escriben “No tengo vida después de las letras” y eso, aunque lo amo, aterra mi existencia.

 

En este lugar solo han entrado ciertos seres; un par de piedras para que me juzguen, gusanos para que me enseñen cómo transformarme de tierra a vuelo, algunas nubes, una ventana siempre cambiante, hojas regadas, velas, el café de la mañana, el de la tarde, colores extraños; y ella, la escritura desparramada, que me sostiene los hombros y me sacude. Soy su títere, maneja mis dedos. Me siento usada por un ser abstracto que nace de mi pecho, pero a veces, siento tan ajeno, tan misterioso y me aterra no saber de dónde viene. Sin embargo, apuesto; le regalo la voz aceptando que un día me quedaré por completo congelada, todo a mi alrededor dejará de sonar y la soledad más profunda me soplará en la cara, me iré volando en pedazos de polvo, y ella, la escritura, se quedará como el testamento más puro de mis días, hasta que ella misma se desmaye en el umbral del final.

Por lo pronto, acepto mi escritura como arma que desnuda todo, como mi manera urgente de saberme viva. Y si solo yo puedo permitirme mi propia muerte, es decir, el hundimiento de mi palabra; entonces la escritura como lugar neutro, sin voz sin nombre, no va a ser parte de mi filosofía.

 

Con todo lo que se me ha dicho acerca del escribir, qué si muere, qué si no, qué nunca voy a renunciar a la escritura, qué si el texto se cansa, bla bla bla; con todo lo que he aprendido, que, por cierto, ha sido un camino maravilloso; me sigo encontrando (y perdón) sin estar completamente segura de dónde viene la escritura y a dónde va, si soy yo plasmando en ella o es ella un preludio a todo lo que no he sido. Creo que no sé mucho acerca de mi propia escritura, sólo esto: me nace. Estudiando a ciertas filósofas y pensadores, he apenas divisado un camino, pero también pienso que no es necesario conocer cada piedra de este, para saber que puedo escribir.

 

Las listas me gustan, hay de todo tipo: cosas que hacer antes de que la noche duerma, cosas que hacer antes de las dos de la mañana, lista de animales favoritos, de sabores raros… He decidido otorgarle a este cuerpo de texto ensayístico, algunas listas que me ayuden a comprender mejor mi retrato involuntario.

Más adelante profundizaré acerca del nacimiento y el fin de la escritura, por el momento me parece más sencillo ir enlistando ciertos imaginarios, actividades, momentos o sensaciones que me he apropiado para al final bailar con la pluma, en este desierto blanco (más lleno que la última vez mencionado, por cierto). En fin, la lista a continuación no es propiamente el nacimiento puro de la escritura (esa lista ya se escribirá más tarde), más bien, la manera en la que puedo percatarme de este nacimiento, de esta luz que me acaricia las manos y me las lleva lentamente al papel.

Así que, a continuación, una extraña lista que me ha ayudado a abrir el pecho:

 

  • Mi soledad; no estoy triste por vivir en ella con cotidianidad, al contrario, es gracias a su silencio por el cual se ilumina el propio sol.
  • Amar mucho, muchísimo a los animales, besar a mi perro, acariciar a mi gata, porque mis manos se han acostumbrado a su pelaje, y aunque suene extraño, mi escritura no sería igual sin estos seres que acompañan mi añoranza.
  • Tener hambre y comer hasta llorar, a veces se vale estar hambrienta de mundo y asqueada del cuerpo; el performance del ayuno, amenazar a la vida. Porque estar enojada también es motor de mi pluma.
  • Salir a caminar, ser errante por momentos, o solo salir al jardín, que es más jardín en mi mente y patio viejo en la realidad. La naturaleza es capaz de susurrar.
  • Reclamarle a Dios, si creo o no en él es un asunto que lleva años pendiente, pero me permito reclamar, enojarme y decirle que no quiero morir.
  • Ver un huevo; pensar en todo lo que pudo haber sido y no fue, ¿qué fue primero, el huevo o el universo entero?
  • Salir de esta casa tan amarilla como la tristeza.
  • Echarse en el pasto, en el suelo o donde sea, poner las palmas en el suelo y empujar levemente, sentir el peso de la respiración atrapado en las ropas.
  • Ver el cielo; hay dos opciones, una: con el sol, dos: con la luna; mirarlo y ver cuántas cosas ocurren en una hora, sentir el tiempo tocando la piel. Juro que es mágico. Después de esta actividad escribir podrá tomar otro sentido, otra dirección.
  • Soplar el polvo.
  • Ver caracolas de la playa, cuarzos de colores, criaturas invasoras en el hogar, la luz entre ellos; y recordar que una cuña nunca va a ser tan fea cuando en el mundo lo diminuto, lo casi vacío puede ser un universo.
  • Hacer un mapa de la casa, después del cuerpo y escribir un poema de cada parte, por ejemplo: a las manos líquidas, al rostro roto, etc.
  • Viajar en metro, es sorprendente lo surreal que puede llegar a ser. Sentir el cuerpo perderse en un solo vagón con la muchedumbre. Marearse en las estaciones porque de un día a otro todo cambia de lugar, hasta las personas. Finalmente, perderse.
  • Jugar a morir.

 

La lista puede llegar a ponerse rara, pido perdón. Pero como aun no entiendo bien de donde nace mi escritura, y me enoja no saberlo, continuaré con cosas que en los últimos días me pasaron y de cierta manera influenciaron en mí, porque si de algo he notado, es que la escritura es un río de música maravillosa, y agarra todo lo que puede sonar para agregarla a su flujo de tinta:

  • Ver a mi mamá cortarse el cabello mil veces en lo que va del año.
  • Ver a una señora llorar en medio de tanta gente, lloraba silencioso, discreto; creo que pocas nos dimos cuenta, porque el vagón (sí, hablo del metro otra vez) estaba inesperadamente envuelto en un mutismo que sólo el cansancio de la mañana trae consigo. A esa señora la traspasaba el silencio, lloraba, pero nada se escuchaba.
  • Escribirle unas páginas del diario a mamá, todas llenas de algo cercano al amor, pero nunca leérselas.
  • Leer a Clarice Lispector y que el corazón lata fuertísimo de la emoción. Escribir.
  • Caminar por la mañana en el centro, y darse cuenta de que los lugares tienen emociones, a veces lloran, ríen o desean morir.
  • Hablar, sin querer, con muchas personas extrañas y de ellas aprender (mareada) cosas curiosas sobre mí misma.
  • Hablar de la playa y la vez que vi a la arena cómo espejo del cielo; recordar la distancia entre los hongos, y de repente, sentir un temor inmenso hacia la vida, lo diminuto, lo visible y lo inmenso.
  • Pensar una y otra vez en estos días, y… ¿Quién se atrevió a nombrar la felicidad? ¿Cómo lo hizo?
  • Ponerle nombre a mis días, a mis horas. Porque no me atrevo a llamarme escritora, pero hábito, odio y amo a través de la palabra. Todo mi mundo es la palabra.

 

De nuevo siento la lista alejarse de lo que quería lograr en un principio. Pero creo que por primera vez después de muchos intentos de escribir esto, estoy llenando páginas. Rendirme ahora me molestaría, además, prometí no rendirme ante el escribir, y sé que el ensayo es el formato más libre de la palabra. Dejo que la escritura se quite el cinturón y su piel descanse. La dejaré extenderse a lo largo de estas páginas, voy por un té en lo que veo cómo crece (¡qué emoción!) que se sienta cómoda.

¡Qué suerte de mal chiste que, ahora que le doy permiso a mi escritura de fluir, a la página, de repente, le gustó estar vacía! Por ende, creo que estaría muy bien una lista de actividades que realizo cuando no puedo escribir:

  1. Evidentemente, listas, y esto, lo acabo de descubrir.
  2. Inventar palabras, fingir que tengo un laboratorio donde las uno, las aplasto, y mezclo conceptos extraños, he aquí como ejemplo, tres verbos: cenizar, enlunar y calidar.
  3. Recortar pedazos de letras y hacer un poema, buscando que tenga el mayor sentido posible.
  4. Parecido a la actividad anterior, pero agregando imágenes.
  5. Escribir, a veces a mano, a veces a cuerpo y otras, solo en pensamiento, pues siempre está flotando.
  6. La escritura libre me ha ayudado a limpiar a profundidad la palabra, y a la vez, esta se llena de su propia belleza.
  7. Romantizar lo más posible, mancharme los dedos de tinta, encomendar mi cuerpo por completo a la lengua.

 

De repente, me siento muy dictadora. Pero también aprendí que escribir es pura contrariedad, y se han creado millones de ideas y pensamientos en torno a la palabra y su dueña; me quedo con tanto que creo que ya no sé nada. Por eso, aquí mi propia filosofía en torno a escribir: no pensarlo mucho, y pensarlo demasiado; no tanto cuando la mano de una esté temblando tanto de la emoción que no haya tiempo para cuestionarse la felicidad; y pensar mucho en la escritura, sobre todo, cuando se tenga hambre y una descubra que, de maravillosa labor, no se puede vivir.

Ahora, una lista de ideas que desecho para mi escritura, tirar esto a la basura me ha ayudado, según yo, a limpiar y construir(me) en letras la mejor versión del paisaje:

  • La perfección, me parece sumamente aburrida, ni siquiera creo que Eco, Barthes, Ricoeur y tantos más la hayan, verdaderamente, tenido en cuenta.
  • Que todo tenga sentido. Es casi imposible, la incoherencia también está presente en la escritura.
  • De Chantal Maillard aprendí a desechar la idea de seguir un camino que no tenga mi reflejo, el poema hace al corazón.
  • A veces, la ironía intertextual no es mala al leer, ni escribir tampoco.

 

Cuando era pequeña tuve una obsesión por saber a dónde va el sonido de las palabras cuando la persona calla ¿Habrá un lugar en el cielo para la palabra apagada? Qué alegría que la inmortalidad de la voz haya sido rescatada por nosotras, las escritoras (a veces poetas). Pero, ¿dónde se encuentra el cielo de las palabras? en el caso de existir ¿Habrá un infierno que encierre la poesía? Se me ocurre que, el peor de los castigos para la escritura, el más horrendo de sus infiernos, es el corazón del olvido.

¿Qué fue primero, el huevo o el universo? Si mi escritura viene de un lugar tan misterioso como del que yo llegué al vientre de mi madre ¿Irá a morir en el mismo lugar? A continuación, y siendo, al parecer, últimamente bastante fan de las listas; dejo un listado de lo que podría considerar la muerte de la palabra, y también su nacimiento.

 

  • Muerte: Dependiendo, por supuesto del escrito a tratar, si se tiene la suerte de ser un Cervantes, una Castellanos, o, como premio de consolación (según unos cuantos) algún Coelho, es probable que la muerte de la palabra sea bastante tardía, lenta, y a comparación de los humanos, la muerte lenta es la muerte perfecta cuando se trata de poesía. Perdurar en la época depende, por supuesto, de la gente que consuma el texto en sus tiempos dorados (es decir cuando sale del horno) pero también existe la posibilidad de morir enseguida.
  • Muerte: En cambio, si por cuestiones del destino, una no resultó ser una Sylvia Plath, ni ningún Rulfo; la fortuna de la palabra podría ser directamente el olvido, en ese caso las llamas del infierno se encargarán no sólo de quemar con otros recuerdos el poema, también, de poner sobre su Diosa (la escritora) algún velo que tenga ligeros aromas a fracaso.
  • Muerte: Pero siempre lo recordaré, prefiero ser una mala artista, que no ser artista.
  • Nacimiento: En primer instante, algún detonante, alguna actividad[1] donde la escritora reciba esa “iluminación” que le siembre la urgencia de escribir.
  • Nacimiento: ¿De dónde viene esa urgencia?
  • Nacimiento: La escritora como Diosa, no me canso de decir que escribir es lo más parecido que encuentro a hacer magia. Nos extendemos a través de la palabra y, ahora, acabo de descubrir que escribir es una actividad perfecta para la gente que quiere intentar vivir para siempre.
  • Muerte: En la actualidad tenemos muchas posibilidades donde nos permitimos escribir, donde la palabra puede perdurar. Las manos del internet permiten sostener esta vida de letra -no física- pero también, hemos hecho del internet un espacio de muerte flotante, no borrable, eterna, pero olvidada. El internet es el segundo infierno de la palabra, es la palabra en estado de coma, aislada pero presente, perdida en algún plano del olvido.

Es curioso pensar que la escritura nace únicamente de la mente de su creadora, porque si la escritura está ligada a algún aspecto físico del cuerpo, y en tal suposición se pueda encontrar el músculo de la escritura (escondido en el cerebro, probablemente) cómo se encuentran en las personas los pulmones, ¿no tendríamos todas esa capacidad? Pero escribir no pertenece a ningún comportamiento natural ni necesario de todo ser humano; tampoco se encuentra en el medio ambiente, no podemos decir “hace frío” con la misma seguridad que “hace poesía” o “hace musa”.

El nacimiento real de la escritura, quizá es tan natural y poco comprensible cómo saber dónde me encontraba antes de estar en el vientre de mi madre. Por lo que no conoceremos nunca la semilla de donde nació la necesidad humana del escribir. Qué lástima.

 

Hablar de escritura es tan deleitante como complicado, ¿no he estado creando y destrozando todo lo que he aprendido del escribir? Sin embargo, esa incoherencia forma parte de la belleza de hablar sobre la escritura. A veces, para entender mejor ciertos conceptos, o disfrutar más del acto de problematizar sobre la naturaleza de lo que es la escritura, me gusta comparar este acto de creación con otros. De nuevo una lista en la que he recuperado algunas metáforas donde encuentro el escribir:

  • En la cocina; cocinar un pastel es tan complejo como hornear un relato, mezclar ciertas figuras retóricas, o amasar un poema. Los ingredientes de la cocina son tan diversos como los de la escritura. Hay textos dulces, amargos, ácidos, duros; pero la escritura también sobrepasa los límites del arte culinario, existen sabores que no vamos a poder definir con certeza, y otros que apenas se noten. Una puede masticar, tragar y escupir un platillo de un mismo artista, sin engordar en absoluto.
  • En la fotografía y la pintura; en un intento por retratar realidades que pueden ni siquiera ser físicas, tomamos la palabra como pincel, cámara y arma, se roban el instante.
  • En algún rezo; porque nos encomendamos por completo al escribir. Estoy convencida, escribir es un acto tan sagrado como rezar, tal vez los creyentes, que son también escritores, puedan incluso considerar el escribir como una extraña manera de comunicarse con su dios. A mí me basta la idea de reconocerme como pequeña Diosa. Escribir es de las acciones más sagradas que he llevado a cabo durante mi vida. Debería de existir algún santo, ángel, incluso demonio (no creo que en el plano de la escritura exista un concepto del bien ni del mal) o algún espacio u ofrenda para atribuirle culto a la palabra. Por lo pronto, el templo donde más puedo agradecerle, sería mi propio papel, mi propia boca. Y, ¿por qué no? el cuerpo.
  • En el mismo cuerpo; aprovechando el punto anterior (aunque puede que me contradiga con ciertas ideas ya expuestas, pero no importa, porque escribir también es incoherencia)[2] me gusta pensar que la escritura no sólo ha hecho que mi “yo” (en mi cuerpo) adquiera cierta figura. Quiero imaginar que mi cuerpo ha estado influenciado bajo los efectos de la palabra, su figura y su compostura han adquirido alguna presencia que pueda reconocer como algo que yo misma he estado forjando, el genio. Sería interesante alguna investigación especializada en el cuerpo de los escritores, en sus manos, en su columna.
  • En la caminata; actividad de doble sentido, se absorbe lo que se encuentre en el camino (el metro es un lugar fantástico y surreal para esto) a la vez que una, con su propia presencia va escribiendo en las calles, en el parque. La vida constante y su fluir son una lectura diaria de las personas, los lugares, el edificio, los sonidos y hasta los aromas.
  • En la guerra y las armas; siento la revolución muy cerca del corazón de lo que significa para mí escribir, y no hablo necesariamente de escribir sobre asuntos políticos (que sí, y es increíblemente maravilloso y liberador) escribir es tomar el fusil con la pluma e ir a la guerra diaria de un mundo que cada vez está menos preparado para la sensibilidad que conlleva la escritura. “Escribir es decir: fui a la guerra y bailé” porque al escribir me burlo de las normas catastróficas de esta vida, me limito a luchar con cada cosa que odio, amo, deseo y siento; para construir también, en el papel como en el cuerpo, un territorio de guerra, lucha y paz.
  • En la danza, y quizá indago más en lo personal (al final, la escritura y el ensayo es sumamente personal) pero para bailar tengo que escribir, es un hecho. No sé qué influye más: si la danza en mi escritura, o la escritura en la danza. Sin duda alguna ahora podremos decir de la danza, ¿no estoy escribiendo sobre ella? Pero mi escritura acerca de la danza me permite mejorar el cuerpo, el movimiento, construyendo diversos poemas en torno a lo que significa bailar. Y solo entonces, llego a comprender perfectamente esa idea de “mientras escribo me construyo, me tejo, me esculpo”.
  • En algún lugar nuevo, siempre. Las posibilidades son diferentes, cambiantes, mi corazón se queda de brazos abiertos ante cualquier eclosión.

 

Después de unas intensas horas, y de vender la mayoría de mi tiempo, por este día, por los años escribiendo. Me reencuentro, ya cielos más tarde, en el nido incendiado.

Mis plumas se han transformado en cenizas, las manos se marchitaron, la columna, por una mala jugada, quiso parecerse al árbol que vive afuera de la casa tan amarilla como la tristeza, y se enchueco (oh, el árbol que ahora es más viejo que yo, será más joven). Ni siquiera puedo estar tan segura de mi destino en la danza como lo estoy con lo siguiente: veo siempre en mi nido, mi otro cuerpo desnudo, la escritura.

Ni hijas, ni hijos, ni parejas, ni siquiera las personas que más amo pueden asegurarse estar a mi lado después de muchos cielos. Me da miedo crecer. Pero creo que la escritura es lo más leal que voy a tener mientras me mantenga viva. Ahora, se me acaba de ocurrir que tal vez yo soy, por la escritura; quizá nací de la palabra, del verbo (me gusta, de hecho, como empieza la biblia), soy su hija y su creadora, me alimento y me destrozo de ella.

Un ser complejo es la escritura, tan leal, tan íntima, tan engañosa. Me alegra no haber sido capaz de definirla ahora, me alegra estar conociendo distintas maneras de trabajarla, de pensarla, de rodearla. Seguiré amándola y odiándome con fuerza.

Como mencioné, la escritura es a quien más veo en mis días futuros, lo cual da miedo. Recuerdo muy bien el día en que aprendí a leer, no recuerdo la primera palabra que escribí, pero tengo muchas imágenes de ver a mis compañeritos de primaria escribiendo, no lo sabía, pero desde entonces me llamaba. Creo que la escritura me adoptó, creo que me tiene enjaulada de las manos (la jaula más libre que ha existido) y no me suelta. Me pone triste. Ahora comprendo mi miedo a morir, tal vez, en el cielo (o dónde una vaya cuando no tenga cuerpo) no se pueda escribir.

No voy a olvidar, que me siento muy cerca de la bondad y la maldad en este espacio de papel, nunca olvidaré el sentimiento de ser esclava de la palabra, también me comprometo a seguir siéndolo, aunque el fracaso me atosigue, aunque se haga de noche y yo vea luz.

Es una promesa.

[1] Ver la primera lista, página 2.

[2] Véase cuarta lista, página 4.