Estudiante de Escritura Creativa y Literatura, actualmente cursando el 5to semestre. En 2019 participó en una antología de cuentos titulada «Donde se escuchan las voces».
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¿Poesía o filosofía? Una pregunta en bucle que busca una separación entre una y otra. Son dos líneas que pueden intersectarse en ciertas partes y distanciarse en otras, pero siempre van cercanas la una a la otra. A pesar de poseer recursos y herramientas distintas ambas terminan llegando al mismo destino: tratar de explicar lo inexplicable, de darle sentido a aquello que les inquieta.
Pensemos en la filosofía, una de sus idea principales es la de indagar por medio de la physis (el estudio de las naturaleza) de las cosas, esta idea comenzó a transformarse con la idea de Dios, con la inmortalidad, con la esencia de las cosas, con la substancia, incluso en la actualidad estas preguntas siguen resonando en la humanidad. La filosofía se ha valido del razonamiento para dar respuesta a estas inquietudes que azotan al ser humano, ¿qué es el amor?, ¿qué es Dios?, ¿qué es la justicia?, ¿qué es el ser?, ¿qué es la libertad?, ¿qué es la belleza?, ¿qué es alma?, ¿quiénes somos?, todas estas preguntas han tenido diferentes respuestas, cada una de ellas articuladas desde la razón, cada filósofo trató de darle nombre a conceptos abstractos que en el fondo siguen preocupando a todos los seres humanos.
Muchos han creído que la filosofía y la literatura se separaron completamente en algún punto de la historia, sin embargo, eso nunca ha sido así, filósofos han acudido al mito o han utilizado recursos literarios para poder explicar problemas profundos, mientras que la literatura se ha valido de los problemas filosóficos para crear obras extraordinarias. Por eso Platón dice “El tiempo es una imagen móvil de la eternidad” y por eso José Cadalso puede escribir en su soneto:
“Todo lo muda el tiempo, Filis mía, todo cede al rigor de sus guadañas: ya transforma los valles en montañas, ya pone un campo donde un mar había.
El muda en noche opaca el claro día, en fábulas pueriles las hazañas, alcázares soberbios en cabañas, y el juvenil ardor en vejez fría.
Doma el tiempo al caballo desbocado, detiene el mar y viento enfurecido, postra al león y rinde al bravo toro.
Sola una cosa al tiempo denodado ni cederá, ni cede, ni ha cedido, y es el constante amor con que te adoro.”
Cada uno explica el tiempo a su manera, el tiempo a su verdad. No hay forma correcta de describir lo abstracto porque solo existe sin ser tangible, a veces racional, a veces no tanto. Al final, cada individuo puede escoger a cuál acudir. Y no solo sucede con el tiempo, sino con todas las preguntas hechas anteriormente.
Ese miedo por no entender, ese impulso de querer etiquetarlo todo, es lo que el humano busca en la filosofía, en la poesía, en lo abstracto. Esta idea de “perfección” a la que el ser humano aspira con frases como “la madre naturaleza es perfecta”, “el universo es perfecto”, “Dios es perfecto” solo es una muestra de lo equivocados que estamos. La madre naturaleza es cruel; el universo es caótico; y no sabemos si existe una deidad perfecta. El caos es parte de nosotros, pero el ser humano quiere darle un orden, tal vez para tener paz y fingir que conocemos al mundo o que nos conocemos a nosotros mismos.
Registramos lo que hicimos, quedaron vestigios de nuestro pasado y poco a poco lo fuimos llamando arte, pero incluso entonces por tratar de explicar la vida y nuestro propósito en ella le dimos prioridad a uno por encima del otro, y quedó registrado para la posteridad. Es cierto que gracias al avance de la ciencia pudimos sobrevivir, pero algo tan exacto afectaría a las artes y el cómo se conciben, incluso la filosofía fue afectada, las corrientes modifican el pensamiento y al arte porque no pueden ser
encasilladas, necesita ser caótico para florecer, ser quemado para que la semilla brote y forme nuevos bosques de conceptos abstractos.
Por esto la literatura no puede ser una ciencia exacta, no puede ser una forma de explicar la realidad, puede ser un registro de nosotros, del tiempo, pero seguirá siendo caótica. El enamorado, el tirano, el moribundo o el esquizofrénico plasman su propia versión del mundo, su propio caos es lo que llamamos arte. No hay forma de explicar la realidad o de plasmar una sola como la verdad absoluta; así existan miles de textos, una realidad no puede ser contada solo por palabras, no sin entenderla ¿Pero cuándo lograremos entender a los humanos? y ¿cuándo lograremos entender al propio universo? Luchamos por prevalecer en el tiempo, por miedo a morir, por miedo a ser olvidados y darnos cuenta que no somos importantes, que nuestra existencia no es relevante, somos solo una partícula caótica en el universo, y aún así queremos trascender por culpa del ego.
La filosofía nos ayuda a recapacitar en todas estás cuestiones, el arte es registro de nosotros, pero la filosofía quiere darle a ese registro un significado, muchas veces incomprendido, muchas veces despreciado, pero ¿no ha sido el pensar más allá lo que nos ha hecho llegar a dónde estamos hoy? Cuestionar nuestro entorno, es lo que nos ha permitido dejar rastro de nuestra existencia, presumirnos como seres superiores es solo una falacia que construimos por miedo a la inexistencia.
El cordón que une al autor y la obra solo es una muestra más del ego, asumir al narrador como un ente diferente da una extraña libertad al autor: ya no se juzga el valor por el creador, sino por la obra. Y volvemos a dar un orden: «narrador en tercera persona, en segunda, en primera, con sus derivados», todo para entender a la Torre de Babel. Querer estudiar para comprender es una muestra más del caos, percibir al autor como un ser caótico brindará una perspectiva diferente de la obra; por otro lado, percibir a la obra como caos dará paso a nuevas interpretaciones por eso el arte debe ser subjetivo, no se puede anclar a una interpretación exacta, su inexactitud es lo que le da la forma.
Ser escritor es sacrificar al tiempo, una obra entera son horas que no regresan, por eso el ego es el que nos impide ceder la tiránica autoría, porque queremos
prevalecer y ser reconocidos, sentirnos parte del universo y poder decir que contribuimos a la humanidad. Los estudiosos nos han dicho que separemos al autor de la obra, que irónico resulta encasillar al mismo autor para después dejarlo a un lado. La muerte del autor es abrir paso a la obra, sin clasificarla en algún punto, es una forma de convivir con el caos del autor aun dejándolo de lado. Tal vez al percibirnos como seres caóticos dejemos de buscar la perfección en todos lados, entender al caos como la misma perfección nos abrirá puertas a un nuevo tipo de arte, a una nueva literatura que no debe ser enfrascada por su contenido. Tal vez sea una forma de encontrar la libertad del autor y no la muerte.
Ahora bien, si intentamos construirnos por medio del arte, regresamos a la misma pregunta ¿quiénes somos? Ni la poesía, ni la filosofía han logrado dar respuesta a algo tan complejo, algo tan subjetivo y abstracto. ¿Alguna vez nos hemos conocido realmente? ¿Sabemos lo que nos hace ser nosotros? Usar un discurso armado, desde nuestras experiencias, de lo que otros dicen de nosotros, de errores y aciertos, de cosas que amamos y odiamos, de lo que nos gusta hacer en tiempos libres, de nuestros pensamientos más profundos, de nuestros sentimientos, de nuestros sueños, es una pequeña fracción de quienes somos.
Rubén Darío dice en uno de sus poemas:
El ánfora funesta del divino veneno que ha de ser por la vida la tortura interior, la consciencia espantable de nuestro humano cieno y el horror de sentirse pasajero, el horror
de ir a tientas, en interminables espantos, hacia lo evitable, desconocido, y la pesadilla brutal de este dormir de llantos de la cual no hay más que ella que no despertará.
Concebir a la vida, como vida es cualidad del ser humano, nos preocupamos por saber quienes somos. Si decimos que somos nuestros errores y aciertos, en parte lo somos, errar es humano, esos fallos son los que conforman nuestro carácter, el
dolor es parte de la vida porque por medio de este nos construimos, pero no es suficiente para saber quienes somos, porque entonces nos estancamos. Decir que somos nuestra profesión y hobbies, es otra migaja de quienes somos. Describir cómo somos y nuestro comportamiento frente a otros, es solo una representación de cómo te presentas frente a los demás.
Decimos ser el resultado de la evolución, una construcción social que nos ha implantado ideologías, personas que aprendieron y se formaron de acuerdo al contexto en el que vivió. Seguimos manejando el sermón del Hommo Sapiens, del cuerpo manejado por un cerebro que lo hace pensar. Una gran parte de quienes somos es la suma de lo que recordamos. Llegar a comprender de dónde nace la conciencia del “yo” es algo sumamente complicado, pero podemos aceptar que somos una especie compleja que se conforma por variantes, signos, patrones y códigos, llegar a descifrarnos es una tarea laboriosa que tal vez nunca llegue a resolverse. Vamos más allá de ideologías, religiones y movimientos. Somos una especie que debe guiarse por la verdad empírica, porque si queremos saber quienes somos primero debemos entender de dónde venimos.
Filosofía y poesía, unos siameses que se alejan y se acercan. La primera ofrece conceptos formales, conceptos que vienen desde la razón. La segunda ofrece experiencias que no solo se sitúan en lo abstracto, sino que se van tejiendo como revelaciones, revelaciones que intentan nombrar lo inexplicable y darle voz a los conceptos racionales. Es por eso que a pesar de que la filosofía se encargue de analizar conceptos, de crearlos y cuestionarlos, no puede darles nombre ni verbalizarlos sin ayuda de la literatura, por su parte, la poesía puede darle nombre a estos conceptos pero no explicarlos de forma racional; a veces la poesía no consuela el pensamiento del sentir propio y filosofar ayuda a poner orden.
Vivimos tan preocupados por el tiempo, por la vida, que olvidamos disfrutar de ella. Nos alejamos de lo contemplativa que la filosofía puede llegar a ser, Walt Whitman lo retrata bien en su poema “Carpe Diem”:
No dejes que termine sin haber crecido un poco,
sin haber sido un poco más feliz, sin haber alimentado tus sueños. No te dejes vencer por el desaliento. No permitas que nadie te quite el derecho de expresarte que es casi un deber. No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario… No dejes de creer que las palabras, la risa y la poesía sí pueden cambiar el mundo…
¿Poesía o filosofía? Si ambas están unidas y separadas a la vez, podemos encontrar consuelo en ambas. A veces filósofo, a veces poeta, no sé si lo que busco sea una respuesta a la verdad, solo espero que ambas convivan para darle respuesta a la humanidad.