Soy estudiante de quinto semestre de Escritura creativa y literatura en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Actualmente realizo mis prácticas profesionales en la revista Pretextos literarios por escrito
Emprendí un largo camino en busca de la mejor manera, porque maneras hay muchas e incluso sobran, pero el truco está en encontrar la más ilustrativa y curiosa de todas, aquella con la que el público se maraville y piense para sus adentros: “Vaya, ahora lo entiendo”. Sin embargo, disto mucho de toparme con esa manera y, mientras llega, presentaré la que me ha correspondido. Esta manera no requiere de que pierda yo fuerzas en rescatar originalidad, pues recurriré a un poema clásico para recoger material. Lo menciono y hago énfasis porque es de la poesía de donde sustraeré mis argumentos más contundentes; cuestión que no es de poco interés, pues es sobre arte, poesía, filosofía y lenguaje de lo que quiero hablar.
El lenguaje sufre, a diario, una dicotomía importante. Se halla vacilando entre una delgada línea, sintiéndose obligado a adaptarse continuamente, unas veces a la “verdad” y otras a la sensibilidad. Para ejemplificar mejor este el dilema en el que se encuentra el lenguaje, apelaré ahora a la susodicha manera, no sin antes recordar, y por lo cual ya me he excusado, que me tomaré la libertad de resignificar una idea ya antes concebida que adoptaré. Atención a la siguiente cita:
Parece que Poe ha dado en el clavo, pero para entender el porqué de este gran acierto, debemos retroceder en el tiempo: siglo XIX, Romanticismo, bella y funesta corriente derramada de pasión y arrebato; por doquier se narraban trágicos amores y naturalezas imponentes, el lenguaje se adaptó y dio paso a este fenómeno desenfrenado.
A pesar de todo el furor que causaban las historias apasionadas, por rincones quedaban aun algunos racionales escépticos que, en nombre de la razón y el recatamiento, defendían, sobre la sinrazón de los sentimientos románticos, la filosofía, pues era una disciplina que ellos consideraban más entregada a la “verdad”. De estos hay y seguirá habiendo, tanto poetas como filósofos, pero ¿deben vivir en una batalla perpetua, como si su fin fuera distinto? El docto académico se mofa de la palabra rebuscada del poeta y este se niega a abandonar el poema.
Volvamos ahora al cuervo y al busto de Atenea. Aquí Poe, por sabiduría superior o por mera coincidencia, proclama el papel del romanticismo ilustrándolo magníficamente mientras esclarece todo el asunto. Antes de emplear esta imagen tan poderosa a mi favor y conveniencia, la recogeré como hija de su contexto y la explicaré:
Atenea, diosa de la sabiduría y representante, en este caso, de la razón está siendo pisada por un cuervo, un cuervo enorme e intimidante que representa el arrebato y la sinrazón del pensamiento romántico. Queda claro, es conciso e impresionante. Pero demos ahora un giro y regresemos a nuestra modernidad, o mejor dicho, a nuestra posmodernidad. No veamos la garra del cuervo como una amenaza hacia la diosa, no lo entendamos como una proclamación de guerra, sino como una alianza: la poesía llegando por la ventana y posándose, gentilmente, sobre la filosofía. Ambas hermanas anunciando su tregua y reconociéndose.
Atenea no es menos sabia ante la pluma poeta del cuervo, y el cuervo nutre su poesía con conocimiento. La filosofía encuentra otros medios, se enriquece y crece con el poderoso néctar del saber poético, del medio poético. Sin sospecharlo, aun estando en constante disputa, una y otra exploran el mundo, indagando en la “verdad”; ahora que no se rechazan, ahora que son amigas y hermanas, tal vez la puedan encontrar. El cuervo y la dama no compiten, no se eclipsan, hoy debemos celebrar que, por fin, gozarán de una íntima amistad.
Bibliografía
Poe, Edgar Allan, “El Cuervo, de Edgar Allan Poe”, [Web], Zenda, 2018, (si aplican), Zendalibros.com, <https://www.zendalibros.com/cuervo-edgar-allan-poe/> (1 de abril de 2022).