Esto me llevó a pensar, tiempo después, que muchas veces pareciera, que solo la historia europea es la que importa. Y le atribuí entonces, ese llanto uniforme y a una sola voz del mundo entero, a la obviedad: el eurocentrismo encarnado. No es que la tragedia fuera cosa menor, todo lo contrario; pero yo buscaba una explicación ante tal indignación selectiva; y le encontré nombre, porque el llanto y el lamento selectivos, sí tienen una causa, y debemos nombrarla. Difícilmente podríamos imaginar el lamento unificado del mundo en su totalidad para otras causas: ¿qué habría de las edificaciones perdidas debido a los bombardeos en años recientes en Siria, datadas en tres mil años de antigüedad? ¿qué hay de la cada vez más reducida Palestina? ¿el dolor en Asia occidental, África o Latinoamérica es menos importante? Es evidente, occidente duele más, y no es gratuito: aquí nació la modernidad, y a partir de ahí, se vuelve a escribir el mundo y la historia, una vez más. Me parecía inevitable encontrarle nombre a las imagines que nuestros celulares revelaban del mundo; pero ahora que lo he hecho, no pretendo aquí más que señalarlo, francamente me parecería inútil encontrar alternativas a esto y buscar los cambios en la narrativa del mundo; es un despropósito imaginar tal utopía. Más bien, lo que pretendo buscar en este escrito, es precisamente todo lo contrario: la consagración del pensamiento ilustrado, y su adecuación a nuestros tiempos. La perpetuidad de las ciudades hegemónicas requiere de cambios necesarios; solo la ciudad cambiante y flexible, podrá alojar el porvenir, la que no, estará condenada a la decadencia.
¿Cómo dudar de la hegemonía occidental? Si pudieron dejar atrás casi mil años de oscuridad, logrando así un rompimiento y un cambio conceptual de una grandiosa magnitud, poniendo al individúo y a la razón, al fin otra vez, por encima de todo. ¿Cómo tan siquiera atrevernos a dudarlo, tras haber invadido un nuevo mundo? La modernidad significó uno de los cambios más significativos en la historia de la humanidad. La modernidad nos hizo. Por ello, este escrito es una afrenta a la ciudad de hoy, la que no deja de voltearse al pasado, y llorarle a sus templos; ese lamento es la viva imagen de lo que ocurre con las grandes ciudades europeas, detenidas en el tiempo, admirando perpetuamente un edificio que se ha quedado sin significado. Esto es una afrenta a esos pensamientos contrailustrados, gracias a los cuales, la modernidad y el humanismo se han detenido; siguen alabando una historia que no fue cierta; y así, París no ha podido avanzar.
París no es una ciudad moderna. París, que prometía la utopia, nunca lo fue; tampoco así lo es Roma. Pero el problema con París es aún mayor, porque justamente no tiene la historia que tiene Roma; y entonces debemos encontrar una explicación a su falta de modernidad. Podríamos así entonces, deducir que se debe paradójicamente a una posible carencia de historia (dado que no tiene la excusa que tendría Roma), pero sí que (sin ser Roma) esto tampoco es acertado, lo quiero demostrar: aquí ocurrió la más grande de las revoluciones sociales, y hoy se encuentra la bastilla emplazada, para recordar dicho suceso; se forjó el giro epistemológico que nos daría a la modernidad; los escasos vestigios romanos que se pueden encontrar, dando así, fé de un poderío del que esta tierra también formó parte; la historia medieval de la que París fue pieza importante, aprovechando la ocasión, recordar la catedral de Notre Dame; y finalmente, como última prueba de la base histórica de París, todos los edificios que están en pie, correspondientes al Renacimiento Francés. Así que esta tesis es francamente insostenible: París tiene historia, y de eso no hay duda; aún si así fuera lo contrario, la carencia de antigüedad, no se contrapone a la modernidad en lo absoluto, esto podría demostrar que al contrario, unos cimientos históricos más sólidos, podrían ser un lastre para el progreso.
Otra causa que me parecería razonable considerar, para entender porqué París no es una ciudad moderna, es su conservadurismo: una ciudad limitada por sus mismos complejos, esa nostalgia obsesionada con la monotonía. Y es penosa esta situación, ya que, justo cuando se estaba redimiendo esta ciudad, aceptando los nuevos progresos del hombre, con la arquitectura de Hierro y su torre Eiffel, distante de cualquier tipología existente hasta ese momento; cuando la ciudad prometía convertirse en la primer gran ciudad moderna, con los nuevos planes urbanísticos del Baron de Hausmann a órdenes de Napoleon III, ensanchando sus bulevares, y trayendo la vanguardia; París se decantó una vez más por no progresar; pero entonces, ¿qué es eso que defiende tanto París? Si no es Roma. Fuera del medievo y posteriormente el Renacimiento, no tiene mucho más de cimientos históricos. No le bastó el acero ni sus vanguardias para cambiar. El Art Déco y el Art Nouveau, fueron un respiro de aire fresco, pero terminaron siendo insuficientes, ¿defiende acaso su Beaux Arts? ¿un estilo con apenas poco más de cien años? No estoy seguro. Pero ni siquiera este conservadurismo inexplicable, me parecería la conclusión más sólida que podemos tener para hablar de ese mal que padece París. Ya que incluso este conservadurismo cedió: una de las culminaciones más grandiosas que tuvo el High Tech es el museo Pompidou, un edificio que es una postura ideológica en sí mismo, transgresor en lenguaje, en teoría y en forma; también el sector financiero de La Défense, aunque aislado y lejano; o el Parc de la Villette, cuyo diseño fue guiado por Derrida, donde este materializa su idea de decontructivismo, y por lo tanto, la filosofía se vuelve arquitectura. Y es por todo ello que me parece, podemos descartar un supuesto conservadurismo en Paris, para tratar de explicar su falta de modernidad. Yo se que en el fondo se asoma una razón más grande, y este es el tercer argumento que tengo para tratar de entender esta cuestión, y el que más defenderé: La arquitectura como disciplina, aún no alcanza a la modernidad.
Y no la alcanza en el tiempo, es lo que quiero decir; la modernidad existió mucho antes que la arquitectura moderna, la primera no necesitó de la segunda por mucho tiempo; la modernidad nace y se consagra como una idea, se tangibiliza en expresiones políticas y sociales, en muchas otras disciplinas y artes; pero en la arquitectura, tardaría en permear, hasta que la tecnología de su tiempo se lo permitiera. La arquitectura se modernizó muy tarde, el mundo fue moderno mucho tiempo antes; porque aunque ya teníamos el pensamiento libre, la arquitectura no fue libre, sino hasta que sus procesos constructivos se aceleraron debido a nuevos procesos de producción y manejo de materiales, esto gracias a la Revolución Industrial siglos después, y los avances que de aquí emanaron. Se necesitó del dominio de la ciencia, y de sus técnicas, no bastó con sólo el gran despertar conceptual. Pues la arquitectura no es sólo un hecho de su tiempo, sirviéndole a él, sino que en igual medida, debe servirse de él; atiende a las necesidades del tiempo, pero apoyado con las herramientas del mismo tiempo. La arquitectura le sucederá siempre, a la necesidad, a su tiempo, así se tarde siglos en encontrar esa respuesta, como en este caso. Y así, los arquitectos, como los filósofos, antes que buscar una solución, deben encontrar las preguntas correctas.
La arquitectura al llegar a este punto, con la Revolución Industrial, y al cambiar de paradigma, sí que encuentra su libertad. El avance tecnológico de ésta época, ya avanzado el siglo XVIII, le permite manejar estructuras mas amplias y ligeras, le hace poder construir nuevos géneros y tipos de edificios, la arquitectura industrial y la de hierro, y el rascacielos como arquetipo, son los que preceden directamente a la arquitectura moderna. Al ser consciente de su potencial y capacidades, la arquitectura se libera, se democratiza, y termina así, con la ornamentación, un lastre que venia cargando a lo largo de toda su historia, sin importar la cultura o tiempo en cuestión. Por primera vez, esta se piensa únicamente con base a su función. Aquí es donde inicia formalmente la arquitectura moderna; teorías y conceptos que sintetizará en gran parte el arquitecto Le Corbusier ya a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, casi a trescientos años del despertar de la razón. Sí había un rezago, uno que finalmente se pudo resarcir. Debe quedar muy claro que no hubo razón, libertad ni democratización en la arquitectura, hasta la muerte de la ornamentación, aquí radica la culminación de este proceso, y la arquitectura entiende que puede prescindir de ella; solo así, pudo buscar otras formas de entenderse así misma, y esto, naturalmente, hasta que la tecnología se lo permitió. No me quedaría ahora, más que pensar, que la modernidad es libertad, y libertadora, y necesariamente democratizadora, por ello que las ciudades que se resistan al cambio, están en contra de las ideas más elevadas de la modernidad.
Después de saber que la arquitectura antes de la Revolución Industrial, no estaba aún la altura de la razón, ¿cómo entender un mundo ya moderno y una arquitectura que aún no lo es? Si ella es la respuesta del mundo, la materialización de sus ideas, si es la idea convertida en piedra. Pues porque la arquitectura no sólo es razón, idea o concepto; tiene que poder materializarse en esa idea; y muchas veces, el dominio de cierta técnica que posibilite esto, aun no ha llegado, como fue el caso de la arquitectura moderna. Y es por ello, precisamente, que ahora preocupa, un París que le sigue llorando a un templo milenario, en lugar de aplicar la tecnología ahora accesible, para cambiar las formas de sus edificios, y así poder crear por fin una ciudad moderna. De no hacerlo, París estará condenada a la decadencia; y el mismo destino enfrentarán gran parte de las ciudades europeas que continúan adorando monumentos que hoy ya no significan nada. Como si lo único digno de sostenerse en pie fuera su historia, la escrita por ellos; esa que al parecer, debiera ser inamovible. Prefieren el estatismo del tiempo, antes que aceptar otras versiones de la historia y los cambios del porvenir. Es por ello, que si algún día regresa ese fuego incesante, que este consuma la historia, pero jamás la memoria.
Bibliografía
-Fletcher, Sir Banister, Historia de la arquitectura, Edición 20, Limusa, México, 2007
-Le Corbusier, L’Espirit Nouveau, Ellago Ediciones, España, 2005
-Norberg-Schulz, Christian, Los principios de la arquitectura moderna: Sobre la nueva tradición del siglo XX, Reverte, 2019